Esto es un comentario publicado por José Luis Corral, jefe del grupo MCE-AJE, en el Foro Santa Tomás Moro y en su página web (allí lo titula: Josué Estébanez de la Hija, un soldado, un español, un hombre, para que nadie tenga duda de sus intenciones):
Pocas veces he sentido tanta indignación como la que me ha suscitado la lectura de este post. Tanta como para vencer mi natural resistencia a escribir en este foro.
En primer lugar, no entiendo cómo es posible que alguien con un mínimo de formación e información política pueda decir, desde posturas presuntamente cristianas, que son iguales, y que son una chusma igual, DN y los grupos terroristas de extrema izquierda. Unos son en su gran mayoría católicos, aunque prescindan de la confesionalidad como tantos otros (por ejemplo FyV, con la que se buscan alianzas, o el SAIN). Otros son rabiosamente anticristianos y odian a Dios, su Iglesia y sus ministros. Unos defienden a España (no me salgan ahora con sutilezas de Las Españas) y otros odian a muerte a España y sus símbolos. Unos defienden la familia y la vida y los otros son partidarios del aborto, la eutanasia y de todas las abominaciones. Unos son sanos y limpios y otros son viciosos y guarros porque quieren. Los señores de DN y su líder mantienen buenas relaciones con Falange, Movimiento Católico Español y Fuerza Nueva, asisten al 20-N, 12 de Octubre en Barcelona, etc. Los otros nos matarían en la misma zanja de Paracuellos juntos a los carlistas, DN, lectores del ABC, kikos y del Opus Dei, sin distinción.
Se puede hacer una crítica a las posturas políticas de DN y marcar las distancias que se consideren, pero de ahí a meterla en el mismo saco que la extrema izquierda hay un abismo de injusticia y falta de rigor lógico. Tomo nota de que hay otros que hacen valoraciones bien distintas, que suelen coincidir con los que han experimentado otras situaciones.
En cuanto al asunto concreto de Josué y lo que pasó en el metro, me sorprendo igualmente de los comentarios. Algunos resultan de un rancio aristocrático venido a menos con olor a naftalina insufrible, clasista, presuntuoso, alejado de la realidad, desdeñoso, perezoso, abotargado e hinchado de sí mismo. Algunos no tienen ni puñetera idea de lo que está pasando. Claro, la televisión no se lo va a contar. Y es difícil enterarse desde el reclinatorio del oratorio, ni del salón enmoquetado aislado del mundanal ruido por la repleta biblioteca de viejos tomos en estantes de roble bien barnizado. En el exquisito círculo social, tan restringido como elevado, tampoco es de buen gusto hablar de esas cosas. A algunos, nunca les pasa nada. Militan, sí, luchan, pero en otro terreno, sin sobresaltos. Como mucho, algún pepero gallito que se pone de uñas si ve una bandera blanca aspada en rojo, de las que también llevan, por cierto, los de DN. Misas y salones, almohadillas y moqueta, cerros y montes aislados a lo sumo. No da el hábitat político para muchos sobresaltos.
Mientras, la vida en la calle es otra. El patriotismo español elemental, el de los españoles que se sienten españoles y se deciden a decirlo, es atacado violentamente. Hay un terrorismo de no tan baja intensidad, continuo, terrible, para todo joven patriota. No sólo en Vascongadas, Galicia o Cataluña, sino en toda España. Simplemente portar algún objeto o vestir alguna prenda que lleve los colores rojo y amarillo. O prendas o marcas que también se pueda interpretar que son patriotas españoles. Los muchachos que se presentan como patriotas son amenazados y agredidos tan súbitamente como son detectados. En sus colegios, en sus barrios, en sus ciudades y pueblos. Pequeñas ciudades, por ejemplo en Extremadura, donde los patriotas no pueden salir a la calle, lleven lo que lleven, sin que ellos jamás hayan agredido a nadie. Si son vistos al ir a la compra con sus madres son agredidos y las madres también. Si van en el autobús y los reconocen desde la calle, la peña terrorista se comunica y los van a buscar a las paradas siguientes y los agreden. Algunos llevan años sin salir de casa salvo cuando les es imprescindible, y son buenas personas, nada agresivas ni conflictivas. En toda España, al salir de clase, en la puerta de su casa, en todas partes. Si están con la novia, si van a un acto patriótico o dondequiera que vayan, son agredidos de inmediato en cuanto son reconocidos si los agresores se sienten superiores en número. La extrema izquierda está en pie de guerra y forma grupos, comandos, brigadas, que se dedican de continuo, día tras día, a esta tarea de hostigamiento y caza de todos los patriotas que puedan encontrar. Es una guerra abierta, sin tapujos, a la que se incita desde multitud de páginas de internet y en pegatinas, pintadas y todos los medios de propaganda a su alcance. Es su razón de ser y existir. La gentuza de extrema izquierda considera que tiene todo el derecho del mundo y que es su deber moral y que es algo bueno y reconocido socialmente, por lo que son aplaudidos y considerados. El Fascismo es el mal por excelencia. Por tanto, ser Antifascista es lo mejor y más noble que se puede ser en este mundo. Hay que acabar con el Fascismo, hay que aplastar y destruir al Fascismo y a los Fascistas. ¿Cómo? Matándolos, agrediéndolos, intimidándolos, impidiéndoles que se manifiesten y aun que existan. Y ¿quiénes son fascistas? Todos los que huelan a español, cristiano, tradicional, de orden. La veda está abierta, se les puede cazar impunemente.
Esos grupos están organizados, entrenados, tienen experiencia y van armados. Llevan navajas, bates, puños americanos, cócteles molotov, piedras, ladrillos y objetos contundentes variados. Un grupo de esos es difícil de contener para la policía antidisturbios. Casi imposible para la policía normal o la municipal, salvo que empleen armas de fuego. Arrasan barrios enteros, queman coches, contenedores, rompen escaparates, pintarrajean y destrozan el mobiliario urbano.
Resulta que todo esto lo ignoran algunos que saben mucho, que han leído miles y miles de páginas. Pero el que sí lo sabía muy bien era Josué Estébanez.de las Heras, un soldado español, sin militancia en ningún grupo, pero que tenía un estilo de vida que formaba parte de su personalidad y que incluye un modo de vestir nada provocador, ni raro ni extraordinario: pelo corto, prendas ajustadas y en su sitio, zapatillas deportivas, estilo militar y deportivo, limpio y aseado. Eso sólo basta para ser señalado, descubierto y atacado en el mismo momento en el que lo encuentre uno de esos grupos. Y uno de esos grupos apareció en manada cuando él iba en metro, sorprendiéndole medio adormilado. De hecho, bosteza ostensiblemente al comienzo de los hechos. Se da cuenta de inmediato del peligro, sabe a lo que se enfrenta. Frente a docenas de energúmenos, que llenan el andén, crecidos y sin escrúpulos, sólo tiene una navaja y su juventud. La saca y la prepara, pero la esconde. Se sitúa junto a la puerta de entrada, sitio el más apropiado como posible escapatoria. Se cubre la espalda con la pared del vagón y un poco los asientos. Está natural y sin sobresaltos, pero muy atento. Ve como le van rodeando y mirándolo ostensiblemente todos los que entran. Ya está detectado, ya le han visto, ya está rodeado. Uno embozado, otro se ha calzado un puño americano en la mano. Entra uno de los más chulitos. Ignora que se llama Carlos Palomino y que le apodan "El pollo", pero es el que se le encara, mientras los demás, todos, están pendientes, atentos, porque todos ellos saben de qué va la cosa y sonríen contentos de cómo se prepara el tema. Son dos segundos nada más, pero Josué sabe que la mejor defensa es un buen ataque y que no puede esperar otro segundo más. Cuando "El Pollo" le dice algo, se le acerca y le toca, ya no hay vuelta atrás, ya no hay escapatoria, ya el choque es inevitable. Usa el puñal con rapidez, con energía y fuerza agarra al "Pollo" y lo empuja fuera del vagón, con sólo su brazo izquierdo y a contracuerpo.
Sólo cabe objetar la proporcionalidad. ¿Pudo haber herido en otra parte del cuerpo? ¿Era consciente de que apuñalando así podía matar? ¿Le dio tiempo a pensar tantas cosas en tan poco tiempo, medio adormilado, cubriendo su espalda, pensando en la huida, observando a tantos como le iban rodeando? ¿Fue un acto reflejo en consonancia con su entrenamiento militar? Ahí es donde la Justicia y sus abogados defensores deberán ahondar. Pero no cabe duda de que es un acto en defensa propia, frente a unos agresores de tal calaña que los hacía especialmente peligrosos, como él bien sabía.
A partir de ese momento, la entereza y la valentía de Josué Estébanez contrastan con la cobardía propia de los elementos ultraizquierdistas, que no quieren el cuerpo a cuerpo salvo que ellos ataquen por sorpresa y en grupo, armados contra algún inocente desarmado y despistado. Lo de ellos es tirar cosas desde lejos, sin acercarse. Así que un soldado español con sus atributos varoniles bien puestos les hace frente y les atemoriza a todos ellos. Se hace dueño del vagón, controla sus cuatro puertas, les hace correr de un lado para otro, apuñala a otro más cuando se atreven a llegar al cuerpo a cuerpo varios a la vez. Josué es el dueño de la posición, recorre el vagón con agilidad, increpa a la chusma, se hace el amo, es superior en todos los sentidos, no se desencaja, controla y manda. Ellos recurren a lo de siempre, tirar cosas. Cuando tiran un extintor y revienta, Josué también sabe reaccionar con rapidez, ganando la puerta en un segundo y corriendo con velocidad y agilidad superiores a las de sus enemigos.
En cualquier guerra, al soldado Josué lo habrían condecorado como un héroe por su comportamiento. Y estamos en guerra, en una guerra subversiva y sucia, sin reglas, sin convenciones de Ginebra. Los culpables son los izquierdistas que han puesto en marcha su Revolución. Los responsables, las autoridades gubernativas que saben que existe este ejército guerrillero subversivo, que anuncia sus planes y llama a la acción, que agrede y se organiza sin mucho ocultamiento. Un ejército terrorista como los etarras y batasunos, de la misma estirpe, madera del mismo árbol. Un ejército terrorista izquierdista que conviene a los que gobiernan, porque son hermanos ideológicos y compañeros de viaje, muy útil para acabar con el enemigo común, que es el patriotismo español. Como lo fue ETA contra Franco, y no se recataron de proclamarlo en aquella ignminiosa amnistía de 1977 donde a los terroristas se les llamaba "luchadores por la democracia y la libertad de los pueblos de España". Como al maquis, como a los brigadistas internacionales, como a los rojos del 36, y del 34, y del 31.
Seguro que a otros carlistas les gustaría conocer y saludar a Josué y que se meterían en su piel. Por ejemplo, a Arturo Márquez de Prado y a Luis Marín García-Verde. También ellos se vieron en una situación parecida, Montejurra del 76. Desde entonces, el genuino carlismo no ha vuelto a aparecer en esta guerra. Pues yo soy del bando de Josué Estébanez, y de Márquez de Prado y de Marín García-Verde. Porque soy católico y español. Y a mucha honra. Lamento las muertes, sobre todo porque me preocupa su destino sobrenatural, al haberles sobrevenido de forma repentina y estar combatiendo los muertos a favor de Satanás y de todas sus pompas. Pero así es desde el Antiguo Testamento y así seguirá siendo hasta el fin del mundo.
¡Viva Cristo Rey!
José Luis Corral
Esto último es especialmente significativo, porque Márquez de Prado y Marín García-Verde fueron procesados por los sucesos de Montejurra 76, en los que murieron Ricardo García Pellejero y Aniano Jiménez Santos. La Audiencia Nacional consideró en el año 2003 que se trató de un acto de terrorismo y que las asesinados deberían ser considerados víctimas del terrorismo. Por tanto, el comentario del sr. Corral podría entrar en lo tipificado en el artículo 578 del Código Penal como apología del terrorismo: